Esto no da más. Más allá de las tretas del Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Supremo de Justicia, más allá de las amenazas del presidente y de la cúpula del partido de gobierno, la verdad es que la situación del país ya no aguanta esta dinámica. Como advertimos la semana pasada, una transición no está cantada, y podríamos estar ante una autocratización que atornille al régimen al poder. Que eso no suceda depende de la organización del pueblo y de la acción certera de un liderazgo responsable. Pero, en definitiva, estamos ante el coletazo de un modelo insostenible y es hora de pensar en lo que viene.
Venezuela está en la ruina. Esa es una realidad que no puede taparse con un dedo. La ubicuidad de la crisis y su magnitud, así como la crispación que generan, hacen que la Nación sea hoy como el dique agrietado que es sostenido por la fuerza de apenas un dedo. Esta situación nos mantiene ocupados pensando en cómo resolver lo básico: la escasez de alimentos y medicinas, el colapso de los servicios públicos elementales, la seguridad ciudadana, el acceso a la salud, a la educación de calidad y a la vivienda. Y nos impide sostener la conversación que deberíamos, en 2016, ya entrado de sobra el Siglo XXI, estar teniendo sobre el futuro de la patria: la superación de la pobreza y reducción de la desigualdad, la diversificación de la economía y el impulso a la innovación, la calidad de lo público y la promoción de la capacidad de agencia. Eso y mucho más.
La tarea mal hecha nos quitó más de tres lustros de tiempo y, con la frustración del caso, hoy toca enmendarla, arrancar la hoja, aprender de los errores y comenzar de nuevo. Quisiéramos otros temas, otras circunstancias que nos permitiesen hablar de lo que hoy el mundo habla, pero nos toca volver al paso uno: a cómo garantizar que nuestro pueblo coma y no muera de hambre, a cómo hacer para que nuestros recién nacidos no mueran en los hospitales ni sean incubados en cajas de cartón, a cómo abrir las puertas que hoy han sellado a las libertades básicas y la gobernabilidad democrática…
En la inmensa oscuridad que vive la patria, se enciende una luz tenue pero notable: nunca, en los últimos 17 años, había habido tanta gente, de grupos tan diversos, pensando tanto en el país que viene, en el después, en la reconstrucción. Economistas, sociólogos, abogados, profesionales de todo tipo, estudiantes, amas de casa, partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, gente dentro y fuera de nuestras fronteras. Hoy se multiplican las conversaciones sobre la transición, sobre qué hacer y cómo hacerlo. Y eso es una buena noticia.
¿Cómo hacer para enderezar el entuerto de la economía sin que los más vulnerables –hoy la gran mayoría- paguen los platos rotos de la irresponsabilidad de estos años? ¿Cómo superar la pobreza de manera sostenible, sin que cambios coyunturales nos lleven al rebote? ¿Cómo sanear la administración pública y dignificar a los funcionarios? ¿Cómo sincerar la situación de la nómina estatal más allá de una salida traumática o una “cajita feliz”? ¿Qué hacer con el petróleo, con el turismo, con el campo? ¿Qué hay de la educación? Y así, se multiplican las preguntas: sobre las relaciones internacionales, el papel de los venezolanos que se han ido, el bono demográfico, la reforma del Estado, la propiedad de los medios de producción, los medios de comunicación, las libertades ciudadanas, los derechos políticos, el sistema de justicia y penitenciario… Y ese es el camino, porque en la multiplicación de las preguntas se van hallando a decenas de venezolanos que van pensando en las respuestas, que se tornan centenares, miles. Y en esta hora parca de la historia, en la oscuridad tenebrosa que preludia al amanecer, es cuando hay que pensar en lo que viene.
Publicado en PolítiKa UCAB el 30 de septiembre de 2016.
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