¿Qué fue del diálogo? Pasan los días y los venezolanos no lo tenemos muy claro. Lo que en principio generó expectativas como una instancia para la tramitación del cambio político y la vuelta a la Constitución pronto se vio develada como un espacio para la promoción de la estabilización del país y la cohabitación. Hoy no se sabe bien qué es, en una dinámica poco seria en la que tras comunicados conjuntos en ambiente de tregua, cada lado desmerita los compromisos para lucir como el “ganador” ante sus barras.
El gobierno acusa a la oposición de querer abandonar la mesa de diálogo. El presidente Maduro llegó al punto de declarar que no permitiría que la oposición se levantara. Diputados oficialistas acusan a la MUD de trabar los acuerdos. Son, ante la comunidad internacional y el departamento de lo que suena bonito, los campeones del entendimiento y la paz nacional.
En la oposición la cosa no es muy distinta. Voceros de la MUD han dicho que el gobierno se paró de la mesa de diálogo tras la condena a los sobrinos de la primera dama por narcotráfico en Estados Unidos. Acusan al gobierno de incumplir los acuerdos. Destacan que el gobierno ha engañado al Papa y exigen a Rodríguez Zapatero hacer cumplir lo acordado. Después de colocar plazos, ahora dicen que es inconveniente hablar de fechas para ver los resultados del diálogo. Insisten, como insisten en el PSUV, en agotar la instancia y juran que lo que no se ha hecho es por culpa del bando contrario.
¿Y los venezolanos? La gente, cuando más necesita de certezas, anda de su cuenta, desorientada. No sabe bien qué se habla allí, por qué no hay resultados. Muchos nunca se hicieron ilusiones con el diálogo, pero muchos sí: pensaron que abriría las puertas del cambio, que por lo bajito ayudaría a resolver los problemas más duros, los de la escasez de comida y medicamentos. Pero nada. Ni cambio político ni mejora de la situación. La tregua que se da arriba en la mesa, maltrecha y todo, no se materializa en la calle. La crisis no da tregua y la gente apuesta por seguir sobreviviendo sin prestarle demasiada atención a lo que va quedando como una conversación ajena, de unos tipos también ajenos, que poco o nada tienen que ver con lo que la gente padece día a día en las ciudades y poblados del país…
Nadie dice que el diálogo es malo, pero la gente quiere resultados. Es justo reconocer que, tras el aluvión de críticas, sectores de la MUD han planteado retomar la agenda de movilización popular. En ese sentido, hemos visto protestas por la escasez de medicinas, por la situación de los jubilados y pensionados. Son protestas sociales sin dejar de ser políticas, y eso es justamente lo que les da mayor efectividad. Retomar la protesta legítima de calle es, sin duda, un paso en la dirección correcta.
¿Y el diálogo? Ninguna de las dos partes se quiere parar primero, hacerlo es quedar mal ante la visita. Pero no es cierto que las dos partes ganen lo mismo permaneciendo sentadas en una mesa que no da resultados. Para el gobierno, la mesa inerte significa estabilidad, dejar pasar, ganar tiempo, correr la arruga. Significa ganar. Para la oposición, todo lo contrario: seguir allí, en los términos actuales, en los que no se respetan los acuerdos y no se le ve el queso a la tostada, es perder incluso legitimidad y apoyo de sus bases. No se puede seguir allí solo para no quedar mal con los invitados, solo para no ser el que se paró primero. Hay un país que espera resultados, que quiere respuestas, y al que el liderazgo político debe dar la cara, siempre la cara, no la espalda.
Publicado en PolítiKa UCAB el 25 de noviembre de 2016.
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