La inmensa mayoría de los venezolanos quiere un cambio político que promueva un cambio económico, instituciones que funcionen y las oportunidades para vivir una vida plena. Frente a ese anhelo, se encuentra un gobierno que, más allá de no ser responsivo, ha emprendido, en su impermeabilidad ante el reclamo popular y su prepotencia, una caricaturesca dinámica en la que le huye a la consulta popular y utiliza los poderes del Estado, cooptados por y subordinados al régimen, para obstaculizar cualquier posibilidad de cambio. De revolucionarios, a reducida casta conservadora en beneficio del statu quo.
El ejemplo ya resulta trillado, pero no por ello menos pertinente: a esta olla de presión llamada Venezuela le han tapado la válvula. Como consecuencia, se ha agudizado el conflicto en todos los terrenos, desde el institucional hasta el de la calle. Era la consecuencia lógica de las barricadas al cambio, de las trabas que, sutiles al principio, francas patadas a la mesa democrática al final, colocó el régimen en su desesperado intento por conservar los privilegios y el poder.
Una oposición diversa pero unida en los propósitos inmediatos ha, acertadamente, apostado por la calle ante la inhabilitación oficial de las vías institucionales. Más allá de discusiones subalternas y anodinas sobre cuáles tendencias o personalidades “tenían razón” ante el desenlace de los acontecimientos rodeando la activación del referéndum revocatorio, la calle es producto de una inmensa presión popular. Frustrados, hastiados y burlados, los venezolanos aspiran de su liderazgo una ruta que dé resultados, es decir, que conduzca al cambio político que, se espera, lleve a los cambios profundos que urgen para salir de la crisis producida por el modelo chavista. Esa es la aspiración. Ese, el reclamo. La Unidad ha comprendido, no sin torpezas y tropiezos, que su base de apoyo será tal mientras comparta una agenda que conlleve al cambio expedito y efectivo. De lo contrario, corre el riesgo de quedarse sola con unas siglas que no representan el clamor del pueblo…
En la calle, cualquier ojo medianamente afinado puede captar que la ciudadanía ha asumido la protesta con gallardía, a pesar de las amenazas, y ante la testaruda sordera del poder. Pero también puede valorar que esa masa heterogénea de venezolanos unidos por la crisis y en el reclamo no increpan en una sola dirección. Hay una demanda fuerte a Miraflores, responsable de la crisis y del grueso de los problemas nacionales, pero el tono popular también increpa a su liderazgo: no acepta lo que considera “lo mismo de siempre”, no se cala en tarima el largo desfile protocolar en el que el micrófono pasa de mano en mano atendiendo a cuotas partidistas. No está conforme con mensajes vacíos para las gradas ni promesas optimistas. Quiere acción.
La oposición, a su mérito, ha escalado el conflicto en la calle y en la Asamblea Nacional sin apartarse de la vía electoral. Desde la restitución del referéndum revocatorio hasta la convocatoria de unas elecciones generales anticipadas, la agenda de los partidos de la MUD logra esquivar el peine de la dictadura para llevarla al terreno que más le incomoda, el que le es, en este momento, imposible ganar. Y al final del día, el conflicto seguirá escalando mientras no haya condiciones para un diálogo fecundo, sincero y sobre todo transparente.
Titulamos estas líneas en la doble concepción de la vieja locución latina: Vox populi, lo que todo el mundo sabe. Esto es, que el modelo chavista se agotó, que hoy el oficialismo es franca minoría, declarada en dictadura ante la erosión del apoyo popular y la imposibilidad de ganar elecciones; que la oposición está obligada a endurecer sus acciones, siempre con responsabilidad y en el marco de la Constitución, ante un régimen cada vez más autoritario, represor y a la defensiva; que ya no basta con hablar bonito y de optimismo. Y también la concepción que deviene de la frase completa: Vox populi, vox Dei. La voz del pueblo es la voz de Dios. ¡Cuántas veces repitió Hugo Chávez esas líneas, por allá cuando el chavismo pensaba que la luna de miel sería eterna! Hoy el poder desoye al pueblo, y el liderazgo político, en general, se entrega fácilmente al descarte de la crítica y la disidencia en lugar de asumir la escucha y la reflexión. Pero, en este momento, esa es la voz que resuena, que retumba de costa a costa, la voz de un pueblo decidido a cambiar, y a acompañar solamente al liderazgo que conduzca a ese puerto, sin dobles agendas ni diligencias tras bastidores a espaldas de una colectividad que exige ser protagonista de los cambios que vienen y de las decisiones que se tomen, y no simples espectadores de acuerdos entre unas élites que deben, en todo momento, recordar que su liderazgo solo será tal mientras represente los intereses y las aspiraciones de la gente.
Publicado en PolítiKa UCAB el 28 de octubre de 2016.
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