En el país, poco ha cambiado. El régimen sigue atrincherado en las instituciones subordinadas al Ejecutivo para obstruir la manifestación de la voluntad popular. Así, el Tribunal Supremo de Justicia sigue boicoteando la labor de la Asamblea Nacional, el Consejo Nacional Electoral continúa obstaculizando la participación ciudadana y la Fuerza Armada Nacional, junto a los organismos policiales, ha intensificado el carácter represivo del gobierno.
La presidencia de Nicolás Maduro ha dado un fuerte giro hacia la autocratización. Ha arreciado la persecución a líderes políticos, con la evidente intención de dividir artificiosamente a la oposición en radicales y moderados, sin que la estrategia haya rendido frutos ante una MUD que, en sus diferencias, ha sabido conservar la unidad. Pero el régimen va más allá, encarcelando a periodistas y al pueblo llano, empujados por la prepotencia que les hace ver cualquier ejercicio básico de democracia como una osadía temeraria.
Arrecia la crisis, aumenta la pobreza, el descontento. El país, prácticamente al unísono, quiere un cambio, y, fiel a su herencia democrática, está dispuesto a sortear las burlas y los abusos para que ese cambio se manifieste por la vía electoral, pacífica y constitucional. La gente clama y se activa por un referéndum revocatorio que las rectoras del CNE se empeñan en bloquear, y las elecciones regionales están prácticamente prorrogadas, sin mayores dolientes, y también sin mayores excusas, salvo la de que “no hay dinero”, a pesar del dineral gastado (no invertido) en la Cumbre de los Países No Alineados, sin contar la grotesca celebración millonaria del cumpleaños, en Cuba, del dictador Fidel Castro con dinero de los venezolanos, de los mismos venezolanos que hoy, en números cada vez mayores, escarban las bolsas de basura en búsqueda de comida.
La gigantesca protesta del 1 de septiembre demostró que hay un pueblo dispuesto a movilizarse en defensa de sus derechos, a pesar de las amenazas, de la violencia y de los obstáculos. Y con las instituciones secuestradas y cooptadas por el régimen, la calle es el único campo en el que la ciudadanía puede dar la batalla por la democracia. En el marco de la no violencia, sólo la presión de la calle puede causar desafecciones, cambios de lealtades y avances para la consecución de las conquistas ciudadanas.
No se trata de una parte del país enfrentada a la otra. Estamos ante un escenario en el que un pueblo todo, diverso pero unido en el reclamo, se enfrenta a un grupito empeñado en conservar el poder como sea, a sabiendas de que los costos de abandonarlo son demasiado altos, pues han sido demasiadas, también, las afrentas a los venezolanos…
Un grupito contra el pueblo. Un cogollo aferrado a las bayonetas, mientras le duren. Un grupúsculo fácil de contar: Detrás del rótulo “Sala Constitucional” se esconden siete abogados que actúan como el escritorio del partido de gobierno. Son siete. Detrás de “rectoras del CNE” están cuatro personas que, lejos de ejercer el papel imparcial que manda la Constitución, actúan como comisarios del PSUV. Y así vamos… El grupito, los poderosos, los privilegiados. Allí hay de todo, desde los trasnochados, genuinamente convencidos (y persuadidos por los privilegios) hasta los delincuentes.
Frente a ellos, frente a esto, ¿Qué hacer? Insistir en la democracia. Sólo en democracia es posible abrirle la puerta al reencuentro, al desarrollo, al futuro. Democracia es cambio, no sólo de gobierno, sino de sistema, y más aun, de la manera de hacer política para que mañana, lejos de reproducir las mismas prácticas con otras caras, los venezolanos tengamos un país de libertades, solidario y unido, donde podamos desarrollarnos y vivir la vida que tenemos razones para valorar. Y allí, el actor fundamental será el pueblo venezolano, pues será la fuerza de la gente la que determine todo lo que está por venir.
Publicado en PolítiKa UCAB el 16 de septiembre de 2016.
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