Por Daniel Fermín
Más que una etapa histórica, la llamada V República ha sido una manera de hacer política.
Las opciones que fueron emergiendo al calor del agotamiento y colapso del sistema político democrático establecido a partir de Puntofijo, ¿Qué tan distintas eran?
Tanto el chavismo como lo que entonces se hacía llamar “la nueva política” eran antisistema. Unos salieron del cuartel y de las viejas trincheras de la izquierda reducida, mientras que otros lo hicieron de las aulas de la UCAB y sobre la ola de la “sociedad civil” de clase media urbana. Ambas nutrieron sus cuadros con gente venida de AD, de COPEI, del MAS, de lo que había. En Venezuela no hay extraterrestres.
Pero, más allá de la circunstancia, en lo que realmente se parecen es en su concepción de la política—o en su concepción antipolítica—y en las tecnologías políticas que emplean.
Ambos hicieron del sectarismo y la polarización sus baterías contra la disidencia. Si en el chavismo el que pensaba distinto, el que se atrevía a contrariar a los jefes, era un “traidor”, un “Judas”, y parte de la “derecha endógena”, en la otra acera, donde vociferaban los jóvenes de entonces contra los “dinosaurios” que tenían la edad que ellos tienen hoy, el que no bajara la cabeza era, también, traidor y, “peor”, ¡Chavista!
Así, el que no apoyaba el paro petrolero: ¡Chavista! La que no aplaudía a los militares en la Plaza Altamira: ¡Chavista! La que no apoyaba la abstención: ¡Chavista! El que no apoyaba a Arias Cárdenas—¡que es chavista!—: ¡Chavista!
Así se fue consolidando un clima de temores y solidaridades automáticas, de sospecha permanente y guerra sucia, de “tienes razón, pero no lo digas”.
Con la confrontación entre estos espejos distorsionados creció la violencia, se separaron familias, y la política, lejos de ser una herramienta de organización y lucha por las reivindicaciones, se convirtió en tablero para la competencia estéril de “ganarle” al otro sin importar el costo.
En ese clima, el país quebró y se quebró. La democracia terminó de partirse. Tras levantar las banderas contra la corrupción el siglo pasado, los presupuestos de alcaldías, gobernaciones y del Ejecutivo se pusieron todos a la orden del enfrentamiento permanente, financiando a los partidos y metiendo en nómina a activistas que no sabían ni dónde quedaba la oficina. El clientelismo en esteroides. Y PDVSA, desde siempre gallina de los huevos de oro, se convirtió en la joya suprema de una corrupción desmedida que ya no sabía ni de formas. Misión rapiña.
Cada bolívar puesto al servicio del exterminio del contrario fue un bolívar menos para las escuelas, para el agua, para la luz, para la comunidad. Para el futuro.
El ping pong destructivo entre dos élites que se odian se ha llevado por los cachos a Venezuela. Los resultados han sido desastrosos, desde las expropiaciones hasta las sanciones. El país merece más.
Le han hecho un daño histórico a Venezuela. Quienes hoy están en el poder tienen la primera responsabilidad, resulta obvio decirlo. Con todos los recursos y todo el poder, dejaron al país en la lona. Pero, del otro lado, quienes se erigen como los más anti de los anti, no han hecho sino perpetuar y agravar las prácticas que nos metieron en todo esto. A ellos les cabe, como anillo al dedo, aquél último grito de campaña de 2012: “¡Tú también eres Chávez!”, extremista venezolano.

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