
La Palma
089 – 27 de julio de 2020
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La polarización extrema ha significado la cooptación de los principales medios de comunicación. Este espacio ofrece una visión crítica detrás de algunos de los principales titulares diarios, en un formato sucinto.
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Mi comentario de hoy
El uso del lenguaje en la lucha contra el autoritarismo
En el año 2015 tuve la oportunidad de participar de un Programa de Estudios Avanzados en Conflicto No-Violento en la Universidad de Tufts, en la ciudad de Boston. Promovido por el Instituto para el Conflicto No-Violento (ICNC), durante varias jornadas los participantes, un grupo diverso con representación de todos los continentes, nos paseamos por los los principales postulados de la lucha no violenta, por elementos teóricos, estratégicos, vivenciales. Fue una experiencia enriquecedora que atendía a mis intereses siameses como activista y académico.
Era el único venezolano del grupo y, lógicamente, prestaba mayor atención a los temas y ponencias que podía atar de alguna manera a nuestra realidad. La más importante de ellas fue la exposición de Jack Duvall sobre el lenguaje en los movimientos sociales.
Ya en 2014 había escrito en El Universal un artículo titulado «Lenguaje, revolución y polarización», que lamentablemente han desaparecido de los servidores del periódico, pero que afortunadamente se consigue con una googleada. Esto para decir que el tema ya me interesaba y que la exposición de Duvall me permitió sumar a una preocupación ya existente sobre qué estábamos diciendo y cómo lo estábamos diciendo en Venezuela.
Hoy, cuando en redes sociales se lanzan temerarias comparaciones, vale la pena recordar algunos puntos principales.
De entrada, lo más importante. Duvall, un experto en no violencia conocido, entre otras cosas, por su coproducción del documental «A Force More Powerful», advertía sin bemoles: El lenguaje en los movimientos sociales debe ser honesto, enfocado en la posteridad y la sustentabilidad. No debe ser transaccional y debe ir más allá de reiterar las demandas sabidas o proponer nuevas políticas. De esta advertencia derivaba otra: no hace falta exagerar para dar cuenta de la gravedad de una situación o de la urgencia de la lucha. Todo lo contrario, exagerar -en la caracterización de la situación, en las comparaciones- sólo deslegitima y resta credibilidad a los movimientos anti autoritarios.
Pasar revista a Twitterzuela es encontrarse una y otra vez con comparacionones del caso venezolano con el Holocausto. Se dice que el chavismo ha sido peor que «todos los dictadores latinoamericanos de la historia juntos». Se habla de «genocidio», de un plan perverso «por diseño». Además de irrespetar la memoria de los sobrevivientes del Holocausto, cuyo caso no debe compararse a la ligera, y de minimizar las luchas de otros países y de otros momentos históricos, estas exageraciones son contraproducentes e inconvenientes. De nuevo, le restan credibilidad, no sólo a sus fuentes, sino a los movimientos que pretenden representar. Y no sólo «hacia afuera», sino hacia adentro de la misma comunidad venezolana que escucha estas aseveraciones estrambóticas con perplejidad.
La tragedia venezolana es lo suficientemente grave como para tener que exagerar con comparaciones que no vienen al caso, por más que les tiren números que suman peras con manzanas y que partan de elementos aparentemente verosímiles para el análisis, pero que no son más que medias verdades -o medias mentiras- para la manipulación del argumento.
Y detrás de esta lamentable manía, la pretensión de un supuesto «excepcionalismo venezolano» que, como hemos dicho, no es sino la salida fácil de una tremenda flojera intelectual y de la negación de la realidad y de los fracasos propios.
De modo que un movimiento, sobre todo uno que se propone luchar contra el autoritarismo, debe ser más preciso en el uso del lenguaje. No es solamente una apreciación técnica o semántica, sino profundamente política. Exagerar mata el mensaje, es contraproducente, resta credibilidad. Un lenguaje que resuene en las aspiraciones y valores más sembrados en la población, en las identidades y en la esperanza de un futuro mejor, que sea sincero en su mensaje, es fundamental en sustitución de la pretensión de estirar la realidad para retratar un monstruo que no necesita que le dibujen más cachos de los que ya tiene, y que sólo termina perjudicando al mensajero cuando se confronta con la realidad.
Repetimos, entonces, con Duvall: El lenguaje en los movimientos sociales debe ser honesto, enfocado en la posteridad y la sustentabilidad. No debe ser transaccional y debe ir más allá de reiterar las demandas sabidas o proponer nuevas políticas. No hace falta exagerar para dar cuenta de la gravedad de una situación o de la urgencia de la lucha. Todo lo contrario, exagerar -en la caracterización de la situación, en las comparaciones- sólo deslegitima y resta credibilidad.
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