La Palma | Las heridas y el futuro

La Palma

107 – 18 de septiembre de 2020

Mi comentario de hoy

Las heridas y el futuro

Luego de dos semanas de ausencia en este espacio, volvemos…

El país y el mundo han conocido el informe de la ONU sobre la situación de los Derechos Humanos en Venezuela. Es realmente devastador. No “para el gobierno”, ni “para la oposición”, como sugiere el selectivo relato polarizado, sino para Venezuela. No pretenderé aquí hacer un resumen del documento. Muchos ya existen, entre interpretaciones sesgadas, interesadas, y serias. Un buen comentario es el que ofrece Ricardo Sucre en su blog.

Quiero, más bien, comentar sobre el sabor que deja y los retos que se desprenden del retrato que el informe hace sobre la situación venezolana.

El informe detalla las violaciones a los Derechos Humanos que ya distintos sectores han venido denunciando y le pone rostros, testimonios, al dolor. Desde aquí hemos denunciado, insistentemente, la operación de criminalización de la pobreza que significó la llamada OLP y que significan las FAES en las comunidades populares, esa que cuenta con el agravante de los estigmas asociados a la pobreza y el desconocimiento de la realidad de los sectores populares que impiden una mayor solidaridad por parte de otras esferas de la sociedad, que ven las incursiones armadas de grupos policiales y militares en los barrios de Venezuela como un problema ajeno y distante, y que incluso, en algunos casos, cuentan con un susurrado «al fin» ante la «respuesta» del gobierno al problema de la criminalidad, desbocado en el país desde hace veinte años.

Abuso policial, violencia estatal, aventuras insurrecionales. Un país herido, enfrentado contra sí mismo.

Atender las recomendaciones de la ONU es un primer paso para encarar el problema. Eso implica justicia para las víctimas, determinación de responsabilidades y, no en menor medida, superar el clima de guerra civil no declarada que impera en nuestro país por uno de entendimiento y acuerdos entre los venezolanos.

En las reacciones al informe hay de todo. Desde los fantasiosos «ahora sí falta poco», por parte de los vendedores de humo de siempre, hasta la impermeabilidad de un gobierno que se justifica y despacha las acusaciones. También, pretensiones de instrumentalizar el documento, de convertirlo en arma de agendas particulares y sectarias, y promesas de retaliación y venganza, confundidas con justicia, por parte de quienes han sufrido, de primera mano, los desmanes. ¿Cómo culparlos?

El tema grueso es, sin embargo, qué hacemos con las heridas. Cuando insistimos en la necesidad del encuentro, en la reconciliación, no lo hacemos levantando las banderas de la ingenuidad, ni lo decimos porque suena bonito. Lo hacemos, porque estamos convencidos de que un futuro de inclusión pasa, necesariamente, por tejer la colcha de retazos en la que se ha convertido una Nación desintegrada. Y eso pasa, necesariamente, por sanar las heridas. Y no, eso no implica impunidad, pero sí la disposición de ver hacia adelante y no quedarnos anclados en la oscuridad.

Y no hay manera de sanar heridas sin mirarnos a los ojos, sin reconocernos los unos a los otros, sin entablar un diálogo abierto y honesto sobre un país que se ha revertido a las maneras de su pasado más oprobioso: ese de la elegantemente llamada «Guerra Federal», que en realidad fue una vulgar guerra civil, una carnicería violenta que arruinó al país y diezmó la población. Durante todo un siglo, el antepasado, no hicimos más en Venezuela que matarnos entre nosotros. Eso lo sustituimos por el «hombre fuerte», aquel «gendarme necesario» que monopolizó la violencia pero la empleó en contra de sus adversarios y de todo el que osara abrir la boca. Luego vinieron otras dictaduras, con otras charreteras, otros campos de concentración y otros medios de violencia estatal. A eso lo sustituyó el diálogo democrático, el pacto de élites, la promesa de la alternabilidad y la lucha política, pero subsistieron, no sólo la lucha guerrillera, sino la violencia, insurgente y estatal, que se desprendieron de ella. Y siguieron los retos para los Derechos Humanos, agudizados en febrero de 1989, pero presentes a lo largo de las décadas. Hoy, llegamos a esto. En lugar de pasar la página, nos fuimos hacia atrás.

¿Qué hacemos con las heridas? ¿Les echamos alcohol o Merthiolate? ¿Les damos con el dedo, satisfaciendo el impulso inmediato pero facilitando su infección y retardando su cicatrización? ¿Nos hacemos los locos y dejamos que «sanen» sin sanar?

Esta herida, honda, profunda, no sanará sola. Sanará con el concurso de todas y todos, con el pacto del común. Sólo reconociéndonos, de nuevo, mirándonos a los ojos, podremos salir de esto y avanzar en una reconciliación que asuma la titánica tarea de sanar heridas y caminar hacia el futuro. No hay de otra.

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La polarización extrema ha significado la cooptación de los principales medios de comunicación. La Palma es un espacio que ofrece una visión crítica detrás de algunos de los principales titulares diarios, en un formato sucinto.

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